Aunque lejos de su hogar Mirplo caminaba rápidamente, un poco de prisa traía por miedo y desesperación, y otro poco, por las locas ansias de volver a casa.
Un viejo enemigo lo asechaba. Si bien el paso del perseguido era veloz y pretendía evadir el peligro, el ojo de un viejo explorador suplía de vez en cuando las distancias y las acortaba otro tanto su tenacidad.
Mirplo había empezado esa difícil aventura, en busca de una hierba medicinal para su amigo, que se hallaba enfermo ya pasadas unas semanas y el médico dijo que lo único que aliviaría el padecimiento de su amigo era la hierba que encontró justamente a la altura de un monto reseco, lleno de piedras punzantes, pero que las sorteó hábilmente, luego del largo viaje. Ahora regresaba, contento por hallar la medicina, pero agobiado por un peligro muy riesgoso y un enemigo feroz a quien poco lo interesaría su misión.
Pasó algunas pasajes que desconocía completamente, pero luego por fin encontró un arroyo que le era muy familiar, por lo que la respiración le volvió al cuerpo y su corazón otra vez latía normalmente.
Sin embargo no se percató que todo lo que temía se había posicionado al otro lado del arroyo y ni bien lo hubo pasado, se enfrentó con furia parando sorpresivamente a Mirplo, que nada ahora podía hacer para escapar.
Fuertes dientes, grandes garras y una furia descontrolada del atacante se abalanzaron sobre Mirplo. Éste gritó y pidió clemencia y dijo, entre entre dientes:
- Por favor, hagas lo que hagas, llévate estas hierbas a mi amigo que se encuentra enfermo.
El feroz devorador se inquietó por la extraña súplica y le respondió al instante preguntándole sobre lo que ha dicho, a lo que repitió la víctima su mismo deseo: "lleva esto a mi amigo".
Cayó en el interés el victimario de conocer un poco más de aquella historia, por lo que dio un leve golpe a su presa y siguió con el interrogatorio, a lo que Mirplo con mucho miedo respondía:
- Mi amigo enfermó, y necesita de estas hierbas para recuperarse. He viajado mucho hasta conseguirlas, y te ruego que las acerques pues la necesita.
Entonces el feroz atacante nuevamente le preguntó:
-¿Y quién te recetó estas medicinas?
-Fue un gran maestro, amigo del padre de mi amigo, a quien se le rogó para que atendiera al enfermo. El padre del que padece y el médico, son muy buenos amigos, de hace mucho tiempo y el médico acudió con presteza y ayudó a su amigo, dándole la receta que curaría a su hijo.
Intrigado el devorador, le preguntó nuevamente,
-¿Acaso me estás tomando el pelo?
A lo que Mirplo respondió, que no, y que le agradecería le dejara vivir para poder ayudar a su amigo. Y así fue. Aquel atacante vio en Mirplo que decía la verdad y además, que necesitaba ayudar a su amigo, que también estaba padeciendo aquella dolencia, por lo que lo liberó, no sin antes advertirle que la próxima no se salvaría.
Mirplo regresó contento y feliz. Entregó la medicina y su amigo se recuperó muy rápido. Luego de un tiempo, aquel piadoso atacante se enteró que el enfermo era ni más ni menos que el hijo de uno de los mejores amigos de su padre, nunca se hubiera imaginado tal relación, pero por raro que parezca, aquella buena obra que realizó, tuvo su recompensa, pues su padre estuvo muy feliz que el hijo de su amigo se haya recuperado de su enfermedad.
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