Capítulo V
El autoproclamado rey Alobio
Con muchos sátiros, jóvenes irreverentes,
vándalos y alguno que otro mercenario, Alobio centró sus actividades en
hacerles favor a varias familias del pequeño pueblo de Caratope, a cambio de
nada, en principio. Se distinguió enseguida como un líder y emprendió en más de
una oportunidad varias campañas de ataques contra tribus vecinas, logrando el
éxito y colocando todo el botín en medio del pueblo para repartir con todos.
Eso gustaba mucho a los pobladores, de quienes se ganaba el aprecio, sin
conocer los mismos que tras ese tesoro Alobio destruía a todos los que no
aceptaban el pago de tributos impuestos por el mismo en forma arbitraria.
Poco a poco formó un ejército y de ese modo
no existió nadie que le hiciera frente de ningún modo. Luego, mandó, a través
de serviles y simpatizantes, que se reuniera al pueblo para debatir la
posibilidad de elección de un gobernante, pero grande se sorprendió cuando sus viles secuaces, esbirros,
usureros, prostitutas y rastreros acompañantes lo erigieron por unanimidad como
rey.
Rey Alobio...!!!, por aclamación y de ese modo,
las atrocidades comenzaban una época propicia para los que con él comulgaban
esa profesión de robo, destrucción y salvajismo.
La ciudad pronto fue reestructurándose y
creció bastante. Fortalecieron todo ese crecimiento las alianzas formadas con
la ciudad vecina de Blacres, un poblado pacífico de trabajo, arte y música, y
además, con la ciudad también vecina de Norast. Ésta última contaba con un
ejército formado, con armas, caballos y mucha historia, por lo que la alianza
fue muy estratégica por parte del rey Alobio.
Las promesas de evitar conflictos entre las
mismas, fortalecerse del mismo modo, ayudándose y generando beneficios para los
pobladores, hizo apetecible para todos la conformación de esas alianzas, y
Norast había soportado durante años diferentes guerras, por lo que por fin
lograr la paz con un vecino peligroso, era bastante conveniente.
Se conformó un triunvirato, siempre reunido
en Caratope, y presidido por el rey Alobio. Los hermanos Sasterien y Lenstien fueron
conjuntamente los designados por su padre el Rey de Norast para conformar ese
triunvirato, y el rey Alobio los mimaba a ambos, dándole todos los gustos,
fiestas abundantes y de ese modo, hacía de los mismos lo que quería. Los
hermanos no tenían valor ni condiciones, eran pueriles e ingenuos y le gustaba
saborear de los placeres más bajos, por lo que se organizaban banquetes
abundantes, extensos, donde dos o tres mujeres no se les despegaban en toda la
noche, exprimiéndoles a ambos hasta lo último del jugo del amor, e igual
tratamiento tenía el representante de Blacres, hombre melancólico, más culto y
apasionado por la música, pero ello no fue óbice para exigirle al rey Alobio
dos o tres doncellas al día, pues quería experimentar profusamente sobre la
sexualidad, rompiendo en más de una oportunidad horas y horas de penetraciones
nocturnas, desvergonzadas y ante el público.
El rey Alobio disfrutaba todo aquello, y
era perverso en esas diligencias. Hacía lo propio para mantener a sus aliados
con las expectativas de atracciones divertidas y escandalosas a cada momento,
pero a la vez, también él escarbaba sus propios deseos y procuraba llenar su
sed con las dulzuras dadas por expertas damas, oficiosas en el ámbito de las
confidencias.
Por otro lado, no tan estratega como Rojo,
el rey Alobio formó su ejército y exterminaba a todas las pequeñas tribus que
se instalaban en lo que él denominaba sus límites territoriales.
Exigía el pago
de tributos, y cuando ya nadie podía pagar, entonces mandaba a sus destructores,
quienes en forma abrupta degollaban a cualquiera que se les cruzaba, y violaban
a las mujeres una y otra vez, antes de matarlas. A los niños y a las niñas
encerraban en jaulas y los enviaban como esclavos y todas las pertenencias de
los mismos traían como botín, que por supuesto, para esa época ya no repartían a nadie, acrecentando de ese modo las riquezas del rey.
Pronto, toda la destrucción sembrada por el
rey Alobio hizo incluso temer a sus aliados, quienes jamás objetaron sus
métodos y reforzaban los acuerdos, a fin de perdurar la paz entre los mismos,
lo que en definitiva les convenía totalmente.
La mancha roja que veía con poca atención
el rey Alobio en un principio y luego se fue convirtiendo en algo cada vez más
preocupante tenía nombre. Lo que Rojo comenzó de la nada, de pronto se
vislumbraba con más trascendencia entre los comentarios de los jefes del
ejército, en la corte y entre los mismos aliados. Podría temérseles, cabría
considerarlos como un peligro, cuántos eran, tenían ejército.
Pasaba el tiempo y las preguntas azotaban
con más fuerza cada día. Muchos sostenían que no representaban ningún peligro,
agricultores que a nadie molestaban. Otros, justamente por eso, exigían que
paguen los impuestos como todos, pues esa región, si bien bastante alejada de
la ciudad de Caratope, también formaba parte de los límites territoriales del
rey Alobio.
El rey no tenía bien claro lo que haría con
los mismos, pensaba y luego se ocupaba de organizar algún banquete con sus
seguidores, y extasiado de eso, pues pasaban meses celebrando, olvidan dicha preocupación, hasta que volvía el tema al
tapete.
Pero un día fue sorprendido por el mismo
Rojo.
Rojo se llegó hasta el castillo del rey Alobio y pidió audiencia, y de
inmediato Alobio en persona salió a recibirlo, preguntándole a renglón seguido
a qué se debía esa inesperada y extraordinaria visita. Rojo no dudó mucho en ir
al grano y le manifestó su preocupación por su pequeño pueblo, rogándole que no
inicie ninguna campaña de guerra contra los mismos, quienes no eran luchadores
ni guerreros, solamente agricultores y ganaderos, trabajadores y hombres y
mujeres aldeanos, que no molestaban a nadie. El rey lo miró fijamente y luego
miró al techo, bajó de nuevo su mirada y se halló que sus aliados estaban al
pendiente perfectamente de lo que se oyó por parte del que con ruegos venía.
Así que endureció el corazón y su frente se ciñó, estiró la mano hacia su interlocutor
y le dijo que olvidaba algo. Rojo sabía lo que el rey le diría, estaba muy al
tanto de lo que acontecía y además no venía realmente a rogar ni a pedir
piedad. Solo era una estrategia más dentro de las muchas que poseía.
El rey Alobio con voz fuerte, levantándose
de una y dándole la espalda en forma metódica al visitante, le dijo en términos
claros que olvidó todo lo referente a los impuestos, que todos en su territorio
pagan tributos y que esa obligación, ni siquiera él tiene la potestad de eximirle
a nadie, pues todos están obligados del mismo modo.
Rojo sonrió y replicó al rey, diciéndole
con respeto, que ellos no formaban parte del territorio del rey, a lo que
sucedió un silencio sacramental. El clima se tornó denso. Nadia habló por unos
instantes. El rey volteó y nuevamente de frente a Rojo le dijo que lo que había
dicho no se ajustaba a la realidad, y que allí terminaba la audiencia. Se
retiró muy confundido.
Rojo celebró lo que hizo, pues tomó un
amplio conocimiento de toda la organización interna del rey, de sus
guardaespaldas y la seguridad, de sus aliados, de los dependientes y esclavos y
otras cuestiones.
El rey por su parte, no pudo dormir varios
días y ni una mujer podía lograr que se calmara sus graves preocupaciones.
Finalmente decidió con los ojos coléricos, sin dormir de varios días, declarar
la guerra a Rojo.
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