Capítulo IV
El muro
Rojo contemplaba los trabajos realizados y
veía el crecimiento de las obras convencido que ellas permitirían resistir
cualquier ataque. La comarca tenía de por sí una ubicación natural privilegiada
con una protección única del lado del río, pues los acantilados eran tremendas
trampas mortales y no permitían acceso alguno por ese sector. Del este,
prácticamente se habían abiertos zanjas enormes, se plantaron miles de árboles
y enredaderas de las más tupidas, haciendo imposible el tránsito por esa zona.
Solo unos pocos conocían algunos de los escasísimos senderos para el caso que
tuvieran que huir de la ciudad. Pero el paso, incluso en esas sendas era muy
peligroso y solo se podía hacer de a pie.
Era un orgullo para los pobladores lo que
habían hecho del lado este, en cuanto a los grandes humedales y esas malezas y
enredaderas con grandes y temibles espinas, imposibles de sobrepasar. Pero más
orgullosos estaban del flanco oeste, pues la muralla perimetral estaba por
sobre las rocas que bordean desde el río hacia el sur, por lo que elevar las
murallas por encima de esas protecciones naturales mostraba la majestuosidad de
su trabajo y dedicación. Tampoco existían accesos por ese lado. Nadie tenía la capacidad
de traspasar esos muros, pues la altura misma de las colinas de piedra más el
muro perimetral hacían imposible escalarlos.
El acceso principal se encontraba por ese
lado oeste, un estrecho emboscado muy largo, perfecto para evitar un ataque de
ese frente. Entre bosques y una pequeña brecha existente entre las rocas que
provenían prácticamente en forma perimetral del río se abría una línea que lo
utilizaban a veces como entrada y salida. Todo aquel que quisiera ingresar a la
ciudad, de los muy pocos que lo habrían hecho, debían pasar varios kilómetros por
el bosque muy espeso y la silueta de la senda era muy angosta, que únicamente
permitía el paso de una carreta. Tránsito lento, pues la senda era
perfectamente accidentada.
Luego antes de llegar a la puerta
principal, un claro de unos 40 o 60 metros, donde se observaba con albor la
angosta puerta ubicada exactamente entre el enorme muro. Tampoco tenía alguna altura
dicho pórtico.
El muro que iniciaba desde el río, lado
oeste de la ciudad, se asentaba sobre una colina también elevada, que iba
perdiendo altura desde el norte, ubicación del río, hacia el sur. Pero a medida
que la elevación natural perdía eminencia, la muralla creada por las manos
emprendedoras de todos los pobladores, a través de piedra tras piedra, adquiría
nuevamente un montículo infranqueable.
Lo más interesante de esas estructuras es
que aún con muchos años de labor incansable, Rojo nunca se limitó a cargar una
y otra vez otra hilera al muro, haciéndolo también indestructible, ante
cualquier ataque de cañones u similares. El atalaya así tenía vista
preferencial y fueron varios de los mejores arqueros puestos en esas franjas.
Primero de ese lado la ciudad contó con un
muro de unos 60 centímetros, que años más tarde ya llegaba a 6 metros de
espesor, lo que demostraba el temor que tenían sus creadores en cuanto a los
ataques enemigos. La muralla sobre pasaba la puerta, y luego seguía hacia el
sur.
Al sur seguía otro tipo de elevación
natural, más empinados bosques, con protecciones esporádicas que creyó prudente
Rojo reforzarlas. Las grandes plantaciones y parte de toda la ganadería se
ubicaba en esas zonas de alta producción, por lo que sabía que teniendo
protección por el lado oeste, norte y este, prácticamente el sur podía reforzar
con murallas de piedras, bosques impasables y humedales provistos de muchos
animales salvajes.
Rojo una vez intentó avanzar lo más posible
hacia el sur, para conocer toda esa extensión, pero no pudo hacerlo. Al sexto
día, en caballo, tuvo que abandonar el emprendimiento pues las montañas cada
vez más empinadas le impedían. Descubrió así que la ubicación del poblado era
inmejorable, pues ningún ejército de ese lado podría pasar por dichas montañas.
El muro fue avistado en varias
oportunidades por los exploradores del rey Alobio. Al principio no se
preocupaba por dichas construcciones, dándole la más mínima importancia al
asunto. Con el tiempo sin embargo comprendió que los mismos se defenderían de
futuros ataques, por lo que tampoco le dio mucha relevancia a la cuestión. No
eran peligro para él, explicaba a su ejército, dado que eran defensas y no de
combate.
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