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sábado, 25 de octubre de 2014

Rojo: Los asilados

CAPÍTULO II
El viento soplaba de un modo inusual, agitando las ramas de esos enormes árboles y desparramando por toda la comunidad polvo y cuanto encontrara a su paso. El calor arreciaba y hacía un tiempo que no llovía, aunque era la época. 
La ciudad de Caratope era el centro de esa región y allí se concentraban todo tipo de personas, desde humildes trabajadores y tributaristas hasta aquellos peores malhechores. Todos eran bienvenidos y el mismo rey Alobio les daba siempre a la bienvenida, con una cara sonriente y una propuesta que nunca significaba nada bueno. Efectivamente Alobio había tomado desde hacía unos años atrás la modalidad de rastreo y ataque de esas pequeñas tribus o poblados que se hallaban en lo que él denominada sus límites territoriales, que por supuesto a diario crecía eminencialmente. 
Rojo sabía lo que acontecía al norte y tenía muy en cuenta todo lo ello comprendía y el peligro que significaba para él y su familia. También entonces comenzó una pequeña estrategia, no de ataque ni de guerra pues no contaba ni con ejército, ni mucho menos con armas, pero una maniobra efectiva le pasó por la mente, y la ejecutó. Tomó en cuenta el modus operandi del ejército de vándalos de Alobio y de allí en más se concentró en salvar a los que sobrevivían a los tremendos ataques. 
Alobio exigía el pago de altos tributos a todos los que según él estaban en sus dominios y no todas las tribus y pequeños poblados cumplían con esas obligaciones impuestas en forma gravosa. Entonces el rey Alobio ordenaba que se quemen algunas chozas y se destruya lo que significaría un mensaje para que paguen dichos tributos, como también una muestra de su poder. 
Sin embargo el rey Alobio desconocía que sus crueles forajidos lo destruían todo, comenzando por una arremetida feroz contra los hombres y jóvenes que se hallaban en el lugar. Luego, desprotegidas las mujeres, las violaban y las mataban. A los niños y a las niñas las encerraban y las llevaban cautivo, para venderlos como esclavos. Por lo demás, todo quedaba asolado. 
Rojo de entre los escombros rescataba a alguno que otro sobreviviente y los llevaba a su casa a fin de curar sus heridas. Pronto, se convirtió en un asilo para todos aquellos que quedaron abatidos y la voz corrió por toda la región, incluso el rey Alobio lo sabía, pero no le preocupó. 
Rojo ni bien reestablecía a algunos, le preguntaba si querían unirse a su pueblo, con la condición de respetar los reglamentos existentes. Los desamparados, algunos con menos fuerza que otros, en su mayoría aceptaban y pronto preguntaban cuáles eran esos estatutos, a lo que Rojo les explicaba, que estaba prohibida la disputas en el pueblo, que se les entregaría una vivienda con un predio que debían cultivar para su propia alimentación pero que además debían brindar parte de su labor diaria a la construcción de las defensas del pueble, al ejército en formación y demás ayuda comunal que sea necesaria. La mayoría aceptaba, pues se les ofrecía más de lo que en toda su vida hayan tenido. 
Otra de las reglas establecidas fue la que no permitía la imposición de cultos o ceremonias entre los grupos, sino que cada familia estaba liberada a profesar lo creía, debiendo respetar tanto la creencia de los otros como sus costumbres. Rojo observó que la inclusión en su familia de otras familias podría desencadenar a la larga problemas y divisiones, por lo que fue muy claro en precisar a todos los asilados esas reglas. 
Eran tiempos en los que la construcción de toda la fortaleza externa, como también de las viviendas, lugares de cultivo, campos de plantaciones, el cuidado de la ganadería, entre otras tareas, se había cada vez con más dificultad, debido a que se expandió enormemente todo la zona que inicialmente Rojo había programado, dejando por sentado que necesitaba aún de más miembros en su comunidad. Fue así que se vio obligado a dictaminar otra disposición que en realidad fue del agrado de todos. Dado que por tantos trabajos y el desempeño feroz de los jóvenes en las tareas encomendadas, muchos no tenían lo suficiente para conformar una familia, por lo que se reglamentó que todas las mujeres, aún solteras, si querían tener hijos estaban liberadas absolutamente, con la única condición solo ellas harían la elección del hombre, hombre que podría estar casado pero que no tendría obligación alguna con respecto a ella o a su hijo. Esto fue del agrado de las jóvenes, dado que muchas estaban esperando que algún varón se les presente y pasaba el tiempo y no pasaba nada, teniendo las mismas todo lo necesario para ser madres. Fue así que ni bien liberadas las mismas empezaron a elegir, casi en forma secreta, quienes serían los padres de sus hijos, y así se fomentó aún más el crecimiento poblacional. Los hombres, si bien el decreto que establecía la poligamia, no tenían más de 2 o 3 esposas, dado que aunque en su mayoría los Rojos eran hombres de gran estatura, bien dotados y expertos en amantes, con una virilidad envidiable y fértiles, el trabajo diario en la construcción de los muchos, de las haciendas y otras actividades les sacaba enormes fuerzas. Incluso por ello Rojo pensó en darles a muchos de sus compañeros días y hasta semanas libres, a fin que puedan pasar tiempo con sus esposas y brindarles el cariño y el amor que las mismas reclamaban. Las doncellas por su parte elegían con especial cuidado a un buen candidato, e incluso comentaban de experiencias entre ellas y siempre relucía que aquellos asilados no tenían ni la mitad de la virilidad de los Rojos, además de ser de muy escasa fertilidad. 
A Rojo muchas de estas doncellas le eligieron, en varias oportunidades, dado que veían que era un muy buen candidato, además por las historias que en más de un oportunidad su esposa había contado del mismo, de sus capacidades y en fin, era un pionero, pero a todas las rechazó, sin muchas explicaciones y siempre con respeto, seguridad y autoridad, y dictó otro decreto que establecía que todo aquel que quería ser rey de los Rojos, necesariamente debía ser monógamo y no tener ningún otro hijo con otra mujer que no sea su legítima esposa. Con eso, explicó, se evitaría divisiones en el reino de los Rojos, si algún día sobrevivieran a los ataques de los enemigos, pues sería una dificultad tremendamente desastroza si dos jóvenes herederos de distintas madres exigieren por igual derecho el trono, y todos los miembros de la comunidad le dieron la razón, por lo que Rojo solamente tuvo un hijo, Doni Rojo. 



                                  
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