Capítulo VIII
La ampliación del territorio de los Rojos
Rojo comenzaba a observar que la
población que inicialmente no comprendía más de dos o tres centenares de
familias medianamente organizadas, de pronto se convirtió en una multitud de
más de 8 mil personas, entre las que se incluían el pequeño ejército, los 2 mil
más adiestrados en la lucha y los 50 especiales, llamados así por ser un grupo aún más
selecto de guerreros, a cuyo cargo se encontraba la protección de Rojo y su
familia. Definitivamente, en sus adentros reflexionaba Rojo, ese mísero pueblo
de unas pocas familias, varios refugiados y exiliados, se transformó en toda
una ciudad bien organizada, de hombres y mujeres laboriosos, sanos y fuertes,
además de una seguridad máxima en cuanto a sus fronteras, si bien nunca había
sufrido algún ataque importante.
Fue a partir de allí que abrogó una
serie de reglamentaciones que tenían que ver con el crecimiento poblacional,
suprimiendo definitivamente aquello de la poligamia, por lo que cada hombre
tenía derecho solamente a casarse una vez y en cuanto a las relaciones maritales
múltiples existentes, pues quedarían tal cual estaban y se mantendrían así
hasta la muerte. Pero para los jóvenes y aún solteros, o los casados una sola
vez, pues deberían a contar desde ese momento seguir de ese modo, estándole
vedado al hombre buscar otra esposa, lo que en general pareció bien, pues de
hecho hacía tiempo que la poligamia en gran medida decreció, no solamente por
cuestiones religiosas internas, sino que además para el hombre abocado a la
seguridad de la ciudad, al trabajo en su estancia, a la cría de ganado, a la
enseñanza de sus hijos, y sumarle a ello el mantener contenta a más de una
esposa, se había convertido en una tarea imposible, por lo que no fueron pocos
los que optaron por la monogamia, hacía ya mucho tiempo.
También, viendo que el pueblo aceptó
sin contemplaciones lo referente a la extirpación de la poligamia, pues Rojo
decidió también suprimir la facultad inherente a las mujeres solteras, quienes
gozaban de la potestad de elegir de entre cualquier hombre de la comunidad,
salvo Rojo y su hijo Doni Rojo, sobre quienes pesaba otro decreto que les
imposibilitaba tener hijos fuera de su matrimonio si pretendía acceder o seguir
en el reinado y aplicable a cualquiera en ese orden, para la procreación. Así,
cualquier soltera gozaba plenamente del derecho a exigir a cualquier hombre de
su preferencia, no importando si estaba o no casado, a copular con el mismo a
fin de que quede embarazada, sin que el hombre tenga derecho alguno sobre el
niño. Eso permitió en su momento una gran cantidad de madres nuevas, que tenían
capacidad suficiente para criar uno, dos y hasta cinco hijos, sin la
intervención alguna de los padres respectivos.
Rojo decidió derogar totalmente esa
reglamentación, y allí sí encontró mayor resistencia, pues las damas no
solamente tenían en interés la procreación sino que muchas veces por el deleite
mismo se complacían con los hombres, hasta quedar en cinta, lo que podía en
algunos casos significar encuentros no más tan casuales sino muy asiduos.
Algunos casos llegaron para resolución hasta Rojo, debido a que estas
relaciones se perpetuaban de un modo indebido, y las esposas se quejaban.
Fueron pocos casos, y pronto se hallaban soluciones al respecto. Finalmente con
la anulación de la norma ninguna soltera gozaba de ese privilegio y desde allí
como todas, debía comenzar la ardua tarea de encontrar una pareja con quien
contraer nupcias y engendrar hijos.
Como aumentaba la población, también
se acrecentó en gran medida la organización de la ciudad, en casi todos los
aspectos, entre ellos, el que más interesaba era el de la seguridad, el del
ejército y la defensa del pueblo. Y por supuesto, las provisiones no quedaban al margen.
Los jóvenes rápidamente eran
insertados al ejército según sus capacidades. Participaban tanto hombres como
mujeres, indistintamente. La mayoría, grandes, fuertes y muy confiados en la guerra
eran seleccionados para la lucha en general, en las contiendas en el campo. Los
más pequeños, que eran muy pocos, inmediatamente según su destreza pasaban al
cuerpo de los arqueros, aunque el hecho de ser pequeño de estatura no era óbice
para que aquellos que no tenía la suficiente destreza en el campo finalmente
formen parte de los arqueros. El entrenamiento comprendía muchas horas de
formación e iban mejorando en sus técnicas de ataque y defensa, llegando algunos
a considerarse como muy buenos. Los mejores, nuevamente eran seleccionados para
participar de actividades que comprendían lo necesario para otro apartamiento y
finalmente inserción al grupo especial de los 2 mil. Los 2 mil como cuerpo del ejército consistían
en varias dotaciones de muy buenos soldados, aptos para la lucha en cualquier
campo, muy bien entrenados, y capacitados por el mismo Doni Rojo durante años.
Luego, si alguno de éstos nuevamente mostraba destrezas de excelencia,
finalmente pasaba al grupo de los 50, que eran guerreros permanentes, de
identidad secreta y expertos en la lucha, y en la supervivencia. Si un hombre del ejército común equivalía a 3 de cualquier
otro ejército de la región, los del grupo de los 2 mil, equivalía a 10, y los
del grupo especial de los 50, a 100 hombres comunes. Esto se daba porque en la mayoría de las
dotaciones de aquellas ciudades limítrofes, la mayoría de sus componentes no
estaban adiestrados suficientemente, y muchas veces apenas blandían la espada,
pues su fuerza se computaba por el número de sus hombres y no por la destreza,
a la inversa de lo que ocurría con el ejército de Rojo, pues la diferencia en
número era grande y más convenía adiestrar a los pocos con quienes se contaba.
También comenzó una muy extensa
organización de la alimentación de todos los residentes en el pueblo, como de
aquellos que se encontraban más distanciados y de toda la comitiva combatiente.
Los campos comunes de abastecimiento proveían lo suficiente para todos y de las
granjas particulares se recolectaba para las reservas. Éstas se guardaban en
distintos repositorios que también durante el tiempo fueron acrecentándose ante
la inminencia de la guerra. Se proveía a todo el pueblo de abundante leche,
huevos y carne, y las legumbres formaban parte de la dieta semanal en cada
vivienda. La provisión de pescado se realizaba por temporadas, respetándose de
ese modo el crecimiento natural de los lagos existentes y del río
circunvalante. Las frutas de estación correspondían a cada familia. El agua se
transportaba de distintos modos y se abastecía a la comunidad de modo regular,
como también se guarnecía lo necesario para las reservas respectivas. La
administración ese sentido estaba totalmente fiscalizada por Rojo, desde un
principio, y siguió de ese modo al punto de convertirse en una tradición constante.
Por otra parte la planificación de
las viviendas exigió no solamente de equipamientos de trabajo para la pronta
expansión al respecto, sino también la prevención adecuada de más y más
pobladores, que por año se acrecía de un modo significativo, y cada nueva
familia requería vivienda y lo necesario para subsistir, cuestión con la que
siempre se cumplió de modo regular y eficiente. Nuevos miembros de la comunidad, nuevas residencias, huertas y responsabilidades para todos.
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