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jueves, 5 de noviembre de 2015

Rojo: La invitación

Capítulo X
La invitación

            Alobio y Rojo en muchas oportunidades se vieron la cara, y muchas veces intercambiaron palabras, amenazas, y propuestas, pero nunca llegaron a nada definitivo. Rojo siempre fue prudente, pues sabía que necesitaba mucho tiempo para asegurar su ciudad, armar los muros y fortalecerlos para soportar cualquier tipo de ataque, y crear su ejército, que sabía siempre sería inferior en número, por lo que era necesario que sea superior en la batalla.
            Por su parte Alobio solo consideraba a Rojo como un estorbo más, una pequeña tribu de insignificantes rebeldes que se negaban a contribuir con su reino, que se hacía supuestamente de autónomos e independientes y que por ello nada debían en cuanto a tributos. Pero lo que Alobio no se percató durante los años y años que sucedieron, es que esa pequeña aldea de Rojo creció, se estableció, se amuralló, y se armó hasta los dientes. Realmente pasó el tiempo y nunca Alobio tampoco pudo obtener datos precisos de lo que allá acontecía, pues enviaba a un pequeño contingente de su caballería y no regresaban, o enviaba a unos 20 o 30 soldados de a pie, para investigar y ver qué se hacía tras los muros y no retornaba ni uno solo y si otro grupo iba a ver qué le pasó al primer grupo, pues tampoco volvía. Y en eso Rojo tenía a los 50, un grupo selecto de hombres y mujeres que eran expertos en la lucha, sigilosos al punto que no se les oía y de muchísimos recursos en la batalla. También Doni Rojo, cuando salía de cacería y se encontraba con un grupo así, él solo y sin necesidad de ayuda eliminaba a todo el batallón.
            Esto comenzó a preocupar a Alobio, por lo que envió un obsequio muy valioso, más unos caballos –pues sabía que Rojo no contaba ni con muchos caballos, ni armas y carecía de muchas cosas más-, además de 3 hermosas doncellas que guiaban la carreta, pues sabía que si enviaba hombres esos morirían, pues Rojo ni rehenes tomaba.
            Efectivamente el truco tuvo sus resultados y fueron bienvenidas las damas y nada se les hizo a las mismas. Éstas vieron el pueblo y lo que ello significaba, y rogaron para quedarse, petición que fue aceptada. Alobio enviaba una invitación a Rojo a su castillo o incluso, que si fuese necesario el mismo Alobio vendía a la residencia de Rojo, pues quería tratar temas referentes a las alianzas existentes y las posibles. Rojo pensó mucho en la invitación y la aceptó.
            Dijo a Doni Rojo que se preparara y éste así lo hizo.
            Emprendieron su viaje ni bien unos días después de llegada la invitación y cabalgaron hasta los dominios de Alobio acompañados por los 50. Unos kilómetros antes de la ciudad, se detuvieron, bajaron de sus enormes caballos y dieron las directrices al grupo de los 50 para que esperaran allí, que regresaría al día siguiente. El grupo de los 50 acató la orden.
            Doni Rojo y su padre caminaron hasta llegar frente al castillo de Alobio. Allí solicitaron audiencias a los enormes guardias que se encontraban en la puerta, quienes no dudaron en atacarlos. Doni Rojo a los 8 que pretendieron prenderle los derribó rápidamente, pero no mató a ninguno. Los demás, más astutos, corrieron a avisar de la presencia de los visitantes, que hasta ese momento ni habían siquiera mencionado quienes eran, sino que fueron atacados sin más. Alobio no sabía tampoco quién o quiénes osaban audiencia sin previo aviso ni invitación alguna, pero le molía la curiosidad, además que siempre se destacó por su atención privilegiada y halagadora a cuál extranjero rondase por la zona, para extraerle toda la información posible. Por ello, rápidamente ordenó que los citados pasen.
            Al verlos de lejos ya conoció a los mismos y sabía de quienes se trataba, por lo que presurosamente ordenó a sus dependientes que preparen la mesa, y que se alejen los guardias, pues si bien temía de Doni Rojo, tremendo guerrero y enorme luchador, sabía que su padre era un hombre de principios y valores y que si aceptó su invitación habrá sido por alguna buena razón.

            Bienvenidos mis amigos, exclamó a gran voz Alobio, mi techo es el techo de ustedes, agregó. Rojo lo miró seriamente y Doni Rojo, bueno Doni Rojo no tenía otra semblante que el de un feroz guerrero, y daba mucho miedo estar a 5 metros de él, y pavor estar a menos de esa distancia. Rojo habló y manifestó a Alobio que aceptó con interés la invitación cursada, a lo que Alobio comenzó a balbucear muchas cosas, expresándoles durante horas lo bueno de sus alianzas con los demás pueblos de la región, de lo productivo de su tierra y su gente, de su ejército y de sus proyectos y finalmente, encaró a los dos visitantes diciéndoles que debían formar parte de la unión, dado que los romanos hacía tiempo estaban conquistando cuando pueblo está a su alcance y por el otro lado, los germanos y los bárbaros cada día se hacen más y más poderosos y también querrán estas tierras. Rojo escuchó, pero más que todo tomó muy en cuenta las entradas y salidas del castillo, la guardia, el ejército, los caballos, armas y cuanto dato sea relevante.
            Pasadas las horas, anocheció y se formó una fiesta importante. Los Rojos estuvieron solamente unas horas y luego se retiraron. Alobio les ofreció como 20 mujeres pero ellos rechazaron a todas, manifestando que se les estaba prohibido llegarse a otra mujer que no fuera su esposa. El rey Alobio insistió otras 20 veces más, e incluso envió a varias a los aposentos de éstos cuando dormían, pero no tuvo éxito alguno.
            Al día siguiente, bien temprano Rojo y su hijo se despidieron de cuanto ser estuviese despierto, que por cierto no pasaban de 3 o 4 guardias y miembros de la corte. Era más que evidente que las tertulias acababan con todos ahí y nadie sobrevivía o despertaba sino hasta la tarde. No se preocuparon los visitantes de protocolo alguno y tomaron bien en cuenta lo acontecido.

Novela: Rojo

           



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